jueves, 1 de enero de 2015

CAPITULO 10



Tal y como les había prometido, Natalie les dejó salir por la puerta de atrás de la tienda y así pudieron escapar sin que nadie los viera. Eso sí, habían tenido que ir corriendo hasta el coche, donde por suerte los esperaba Miguel, preparado para ponerse en marcha.


Pedro le sostuvo las manos durante todo el trayecto, mientras ella luchaba contra la tristeza y el recuerdo de los enormes ojos negros de Azizi. En medio de tanto dolor, apareció la idea de que quizá se hubiera quedado embarazada y, sorprendentemente, la posibilidad le sirvió de consuelo. Incluso empezaba a desear que así fuera. A pesar de no contar con ningún modelo como padre, estaba segura de que Pedro lo haría muy bien; había visto numerosas muestras de su bondad. Era una lástima que se empeñara tanto en ocultar sus emociones porque, de otro modo, quizá habrían tenido futuro juntos.


Aquel pensamiento le sacudió el alma hasta lo más profundo.


Al mirarlo supo que jamás podría liberarse de la magia en la que él la había envuelto. Cuando se habían besado en el probador, había sido como si todos sus sueños rotos, todas sus esperanzas incumplidas hubiesen explotado dentro de ambos y ahora estuviesen intentando hacerlas realidad juntos.


Apenas entraron en la mansión, Pedro la agarró de la mano y la llevó corriendo al dormitorio, donde se arrancaron la ropa el uno al otro e hicieron el amor, ansiosos por borrar cualquier rastro de dolor o tristeza de sus corazones.


Tumbados sobre la enorme cama, los dos tan satisfechos como exhaustos, se miraron a los ojos.


–¿Tienes idea de cuánto me gustas, Pedro Alfonso?


Él esbozó una cautivadora sonrisa que la hizo estremecer.


–¿Por qué no me lo dices?


–Me gustas más de lo que me ha gustado nunca ningún otro hombre. Pero no quiero que te asustes. Eso no significa que espere nada de ti más allá de lo que ya me has dado y de lo que estés dispuesto a darme mientras estemos juntos.


–¿Por qué crees que voy a asustarme?


–Porque tengo la impresión de que no quieres que nadie se encariñe contigo… y menos una mujer.


–¿Eso crees?


–Dime si me equivoco. ¿Tienes miedo a que alguna mujer se encariñe contigo?


Pedro dejó de acariciarle el brazo y Paula se puso en tensión.


–¿A ti qué te parece? –comenzó por fin–. A lo largo de mi vida he perdido a todas las personas que deberían haberme tenido algo de cariño. Puede que asocie ese cariño con la pérdida. ¿Acaso no es lógico que lo tema?


Paula sabía que no le gustaba hablar de ello, pero percibía una ligera predisposición a abrirse y quiso aprovecharlo, aunque con cautela.


Pedro… me gustaría mucho que me hablases de ti.


–Ya –se quedó pensativo unos segundos–. ¿Qué es lo que quieres saber?


–¿Alguna vez intentaste averiguar qué fue de tu padre después de que te abandonara en el orfanato?


Paula contuvo la respiración a la espera de su reacción.


–Mi madre me tuvo con dieciséis años y mi padre con diecisiete. Los dos se habían criado en el orfanato en el que después me dejó él porque no tenía dinero ni capacidad para criarme. Rogó que me aceptaran y prometió mantener el contacto, pero se marchó y no volvieron a saber nada de él. No tenían ninguna dirección donde encontrarlo.


Pedro apartó la mirada de ella.


Paula le puso la mano en el pecho suavemente y esperó a que se sintiese preparado para seguir.


–Se sentiría muy orgulloso de ti si supiese todo lo que has conseguido –murmuró con los ojos llenos de lágrimas por él y también por Azizi, otro niño que tampoco había conocido a sus padres. A veces era difícil comprender por qué la vida era tan cruel.


–Oye, no quiero que llores por mí. No merece la pena derramar ni una sola lágrima por algo que sucedió hace tanto tiempo. Yo tengo por norma no pensar nunca en el pasado.


–Lloro por ti y por Azizi –admitió ella, acariciándole la cara–. Pero ¿de verdad nunca piensas en el pasado?


–De verdad. ¿De qué serviría desear que las cosas hubiesen sido distintas?


–¿No hubo ningún momento de felicidad en el orfanato?


–No. ¿Acaso esos niños africanos son felices?


–Creo que a veces sí. Esos pequeños viven el momento sin preocuparse por el pasado, ni por el futuro. No sabes cómo sonríen cuando alguien les da un abrazo o cualquier otra muestra de cariño. Responden con tanto amor… Es lo más gratificante del mundo.


–Sin duda debe de serlo para alguien como tú, Paula.


–Y para muchos otros, ya te lo he dicho. ¿Nunca hubo nadie que te quisiera y a quien tú quisieras?


La pregunta le hizo incorporarse en la cama, arrugando el entrecejo.


–No que yo recuerde. ¿Podemos ya dejar de hablar de mí? No quiero seguir recordando el pasado y me gustaría que lo respetases.


–Siento mucho que te afecte tanto, pero…


–Piensas que me hace bien –estaba visiblemente irritado–. Deus! Qué insistente eres. No quiero que intentes ayudarme, Paula. No soy uno de tus huérfanos. Lo único que necesito de ti es que pases conmigo estas vacaciones, ¡no que te conviertas en una especie de Madre Teresa! Si necesito analizar los traumas del pasado, iré al psicólogo.


Por un momento se quedó abatida por su reacción, pero luego echó mano de esa fuerza que siempre conseguía reunir en los peores momentos, se tragó la vergüenza de que la hubiese puesto en su sitio tan bruscamente y le sonrió. Algo le decía que en realidad con quien estaba enfadado era consigo mismo por el hecho de que todavía le afectase tanto hablar del pasado.


–Te pido disculpas otra vez. Vamos a hablar de otra cosa, ¿de acuerdo?


–Buena idea. ¿Qué te parece si hablamos de ti, para variar? Por ejemplo, ¿quién es el tipo con quien perdiste la virginidad?


Vaya, le había hecho enfadar y ahora iba a tener que pagarlo. De todos modos, iba a demostrarle que creía firmemente en que hablar ayudaba a superar las cosas.


–Era un chico con el que salí en la universidad. Solo nos acostamos aquella vez porque al día siguiente me dijo que había sido un error… que prefería a otra, pero no había sabido cómo decírmelo. Ya ves, no fue precisamente la experiencia más romántica del mundo. No me siento orgullosa, pero sé que es normal hacer tonterías cuando se es joven y uno intenta sentirse aceptada.


Pedro le puso la mano en la cara y la obligó a mirarlo.


–Eres muy dura contigo misma. El que hizo una tontería fue él al pensar que encontraría alguien mejor que tú.


–Gracias –murmuró, agradecida de que no le hubiera durado el enfado.


–¿Y qué hay del que te agredió?


Paula apretó los labios y respiró hondo antes de empezar a hablar.


–No fue nada especial, si es eso lo que quieres saber. Empezamos a salir juntos solo porque nos gustaban las mismas películas y la misma música, teníamos amigos en común, así que cuando me pidió que saliera con él, pensé que lo conocía. Pensé que me trataría bien. Y así fue hasta que empezó a presionarme para que me acostara con él. Yo no quería porque ni siquiera estaba segura de si me gustaba lo suficiente para salir con él, así que mucho menos para tener una relación más íntima. Una noche fuimos juntos a una fiesta. Él llevaba horas bebiendo, así que yo llevé el coche hasta mi casa porque no quería que le dejara en la suya. Me prometió que llamaría un taxi desde mi casa después de tomarse un café conmigo. Fui una tonta por dejarle subir en ese estado, pero de verdad creí que solo quería un café. Sin embargo, en cuanto entramos, empezó a acusarme de haber estado coqueteando con un chico que había en la fiesta. No era cierto… ni mucho menos. El caso es que me pegó y luego me inmovilizó contra el suelo y…


No pudo seguir. El recuerdo de aquel momento seguía provocándole náuseas y ganas de llorar.


–Perdona, Paula. No debería haberte hecho hablar de ello.


Pedro la abrazó y le acarició la cabeza mientras se arrepentía de haber sido tan insensible.


–No me importa que me preguntes sobre las relaciones que he tenido, si se pueden llamar así –le aclaró ella después de volver a sentarse frente a él–. Es natural querer saber con quién ha estado la persona con la que estamos teniendo relaciones íntimas. Cuando nos conocimos me preguntaste si tenía novio, pero yo no te pregunté a ti si había alguien en tu vida.


–Claro que no –se apresuró a responder él–. Si hubiera habido otra mujer, no te habría pedido que pasaras las vacaciones conmigo. Yo jamás te haría algo así, Paula.


–Me alegra saberlo. Entonces dime cómo era tu última novia.


Pedro se echó a reír.


–¡Una pesadilla! Así era. Fue una suerte librarme de ella.


–¿Qué ocurrió?


–Nada de lo que quiera hablar.


–Vamos, yo te he contado cómo fueron las dos únicas relaciones que he tenido…


–Está bien –dijo, haciendo un exagerado gesto de rendición–. Era modelo y me dejé conquistar por su belleza, supongo. Debería haber mirado más allá de la apariencia, pero no lo hice. Supongo que me sentía solo. No sé… –meneó la cabeza–. Resultó que además de los hombres ricos y fáciles de engañar, le gustaba la cocaína y alguna otra droga más. Cuando perdió el trabajo, me acusó legalmente de no ofrecerle el apoyo económico que según ella le había prometido. Lo cierto era que yo ya había roto con ella antes de que se quedara sin empleo.


–Debió de ser muy duro que te traicionara así una mujer tan importante para ti.


–Yo no he dicho que fuera tan importante.


–Aun así debió de ser duro.


–Solo para mi orgullo –zanjó Pedro al tiempo que le tomaba las manos entre las suyas–. ¿Por qué no nos olvidamos del pasado de una vez y salimos?


–¿Adónde?


–Podríamos ir a navegar en yate por toda la bahía.


–¿Tienes un yate?


–¿Hay algún millonario que se precie que no lo tenga? –bromeó con una sonrisa arrebatadora–. Solo tengo que hacer una llamada y podremos salir a navegar bajo las estrellas. Pueden llevarnos la cena del mejor restaurante de la zona y podemos disfrutarla en la cubierta, mientras nos mecen las olas.


Paula suspiró. Comprendía que la idea de ofrecerle todos los lujos a su alcance le hiciera sentir seguro porque era a lo que estaba acostumbrado y donde se encontraba cómodo; solo tenía que chasquear los dedos para que cualquier deseo se hiciera realidad. Seguramente eso le ayudaba a huir de los recuerdos de una infancia en la que nunca se había sentido seguro, ni había podido controlar lo que le sucedía.


Pero no podría pasarse la vida huyendo. Tarde o temprano, todo el mundo tenía que enfrentarse a la realidad. Paula había aprendido que no servía de nada mantenerse siempre donde uno se sentía seguro, sin afrontar ningún desafío porque eso solo traía tristeza y el vacío más absoluto. Por eso se había ido a África a pesar del miedo que le había dado alejarse de todo lo que conocía y enfrentarse al sufrimiento. Lo que jamás habría imaginado era que allí encontraría tanta felicidad y satisfacción. Lo que tanto había temido había sido su salvación.


–Suena genial, pero me temo que esta noche necesito estar sola. Necesito pensar.


–¿En Azizi?


–Sí.


–Sé que es una historia muy trágica, pero puedo decirte que, si alguna vez hubiese tenido de niño a alguien como tú que me cuidase, me habría sentido un privilegiado.


Aquellas palabras la conmovieron profundamente.


–Mereces todo el cuidado y el amor del mundo, Pedro. Se me parte el corazón de pensar que nunca los tuviste.


Pedro guardó silencio durante unos segundos, pero en su rostro ya no había tensión alguna. Después se quedó observándola detenidamente.


–Vamos,Paula. Viniste al Algarve a descansar y a pasarlo bien. Vamos juntos a navegar. Te prometo que no te arrepentirás.


Le resultaba muy duro negarle nada… sobre todo después de lo que acababa de confesarle sobre su infancia. 


Rechazar su ofrecimiento le hacía sentir que era otra persona más que lo decepcionaba y eso resultaba muy difícil de asimilar sabiendo lo mucho que lo amaba.


El descubrimiento la dejó sin respiración. Sintió ganas de llorar y reír al mismo tiempo. Estaba enamorada de Pedro. Sí, lo amaba con todo su corazón.


Razón de más para que se tomara unas horas para estar a solas y pensar.


–Lo siento, Pedro. Hoy necesito estar sola. Intenta entenderlo, por favor.


–Está bien. No quiero estar sin ti ni una hora, pero si es lo que necesitas, no te lo impediré. Pero prométeme que mañana volverás.


–Será solo esta noche. Te prometo que volveré por la mañana.


–Supongo que podrías traerte una maleta para pasar aquí el resto de las vacaciones.


–Sí, supongo. Bueno… será mejor que me vista –murmuró mientras las palabras «el resto de las vacaciones» resonaban en su mente, confirmando que Pedro no consideraba siquiera la idea de pasar más tiempo con ella.


Recogió lentamente sus cosas, las prendas que habían quedado desperdigadas por el suelo y se las fue poniendo una a una a pesar de que lo que de verdad deseaba era volver a refugiarse en sus brazos y confesarle que lo amaba.


Pero sabía que era más sensato pensar bien las cosas, pues no tenía la menor idea de cómo recibiría Pedro semejante declaración de amor.


–Sé que ya he accedido a pasar la noche sin ti, detesto la idea de no estar ahí para consolarte mientras estás triste.


Sus palabras volvieron a conmoverla.


–Pensaré en lo que acabas de decir y bastará para que me sienta mejor. De verdad, Pedro. Solo será una noche. ¿Qué vas a hacer tú? ¿Vas a salir a navegar? –le preguntó para no seguir pensando.


–No lo creo. Quizá vaya a ver a algunos amigos. No vengo mucho por aquí, así que supongo que podría aprovechar la oportunidad.


–Buena idea. Seguro que te han echado de menos


Él no dijo nada. Se limitó a vestirse en silencio y dirigirse hacia la puerta.


–Voy a avisar a Miguel para que te lleve a casa y mañana vaya a buscarte por la mañana –le dijo con la puerta ya abierta–. Puedes darte una ducha si quieres. Baja cuando estés preparada, te estará esperando afuera.


–Gracias… –respondió Paula con el corazón encogido de ver la frialdad que había provocado en él. Ni siquiera iba a darle un beso de despedida. Quizá era un error pasar la noche sola. Paula esperaba con todas sus fuerzas que no fuera así



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