jueves, 1 de enero de 2015

CAPITULO 8




Con el corazón a punto de escapársele del pecho, Pedro llevó a Paula hasta el dormitorio. Las puertas del balcón estaban abiertas y se sentía en la habitación la fragancia fresca del jardín y una brisa que hacía bailar las cortinas blancas.


Su deseo no había disminuido, pero se obligó a sí mismo a recordar que había prometido seducirla con sutileza y no apresurarse. Y más aún sabiendo que un desalmado había intentado violarla. Pero en el momento en que lo miró con aquellos enormes ojos azules y descubrió en ellos el mismo deseo, no pudo pensar en otra cosa que en hacerle el amor hasta el amanecer.


–Por fin estamos solos –le susurró–. Olvidemos el resto del mundo por un momento y vamos a concentrarnos únicamente el uno en el otro… ¿de acuerdo?


–Sí… sí.


La vio estremecerse al empezar a desabrocharle los botones del vestido. También a él le temblaban los dedos y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por mantener la calma, especialmente al verla en ropa interior. Si el recatadísimo bañador había logrado disimular un poco la sensualidad de su cuerpo, el conjunto de encaje rosa de braguita y sujetador sin tirantes a juego hacía justo todo lo contrario.


 Tenía un cuerpo exquisito; delgado, pero con generosas curvas, y su piel pálida y suave parecía invitar a acariciarla.


–Estaba en lo cierto –murmuró mientras le pasaba la mano desde el cuello hasta el ombligo.


–¿Sobre qué?


–Que bajo ese disfraz de la chica corriente que dices ser, se esconde el cuerpo fascinante e hipnótico de una tigresa.


Sus palabras provocaron en ella un delicioso rubor.


–No es cierto.


–Claro que lo es –insistió él, riéndose suavemente–. Tu lencería es muy seductora, pero me temo que tengo que despojarte de ella para hacer lo que me propongo.


–¿Y qué es lo que te propones?


–Hacerte el amor hasta el amanecer.


Ella apartó la mirada con timidez, mordiéndose el labio inferior, pero lo que dijo a continuación no denotaba timidez alguna:
–Esa cama está todavía muy lejos.


Pedro sonrió encantado antes de levantarla del suelo y llevarla en brazos hasta la enorme cama.



****


Lo que estaba ocurriendo excedía a cualquier cosa que Paula hubiese podido imaginar, o incluso soñar. Se encontraba en el dormitorio principal de una mansión increíble junto a un hombre increíble que estaba a punto de convertirse en su amante. Mientras lo veía desnudarse, ya tumbada en la cama, Paula no podía dejar de temblar de emoción e impaciencia. Observó la belleza de su cuerpo con el deleite y la admiración de quien se encontraba ante una obra de arte y, al levantar la vista hasta su rostro, se dejó sumergir en las profundidades de aquellos ojos oscuros capaces de hacerla derretir sin el menor esfuerzo.


–Ven y bésame –le ordenó Pedro con la voz empapada de deseo.


Y ella, completamente hipnotizada, obedeció. Pedro la estrechó en sus brazos y la liberó del sujetador antes de volver a besarla y tumbarla lentamente.


–No es tu primera vez, ¿verdad? –le preguntó entonces, observando su reacción a la pregunta.


–No –respondió ella, nerviosa–. Pero solo he estado una vez con un hombre.


Prefirió no recordar la humillante experiencia de entregarse a su novio de la universidad y que después él la abandonara al día siguiente porque había otra chica que le gustaba más. 


Así pues, el sexo para ella había sido un cúmulo de experiencias negativas. Pero nunca había sentido nada parecido a lo que sentía por Pedro y por eso sabía instintivamente que esa vez iba a ser diferente. Hacer el amor con él iba a ser maravilloso.


Sin decir nada más, Pedro bajó las manos para despojarla también de las braguitas y luego recorrió también su cuerpo con los labios hasta llegar a la cara interna de los muslos. 


Paula cerró los ojos y se dejó llevar por una sensación completamente desconocida.


Pedro exploró íntimamente su cuerpo con la lengua, borrando cualquier pensamiento de su mente y llenándolo todo de placer. Paula se rindió a dicho placer, a la reacción natural de su cuerpo y entonces fue como si se derritiera por dentro, como si la recorriera un río de lava que dejaba a su paso miles de escalofríos. De sus labios salió un grito ahogado de éxtasis.


Pedro murmuró algo que no entendió, pero al abrir los ojos, se encontró con su rostro delante de los ojos, observándola con una sonrisa en los labios.


–Ha sido increíble –le dijo, acariciándole la mejilla.


Él giró la cara para besar la mano que lo acariciaba.


–También para mí. Te estás convirtiendo en una especie de adicción, Paula. Estoy enganchado a tu olor, a tus caricias y me temo que siempre voy a querer más.


Paula levantó las piernas y lo rodeó con ellas de manera instintiva. Él recibió el gesto con una mirada de agradecimiento justo antes de zambullirse en su interior. Se quedó inmóvil unos segundos para que su cuerpo se acostumbrara a él mientras la miraba a los ojos fijamente y parecía tan asombrado como ella. Cuando comenzó a moverse, Paula buscó sus labios con un ardor que jamás había sentido, que ni siquiera se habría sentido capaz de albergar. Era todo un descubrimiento.


Su amante la llevó en pocos minutos a un lugar parecido al que la había llevado antes y se dejó arrastrar sin ningún tipo de restricción. Hundió la cara en su cuello y, con las lágrimas cayéndole por las mejillas, sintió que volaba. Pedro le agarró la cara con las dos manos y la besó en el mismo instante en que también él se liberaba.


Pedro tardó unos segundos en darse cuenta de lo que había hecho. ¿Acaso había perdido la cabeza? Acababa de hacerle el amor a Paula sin pensar siquiera en ponerse protección. Las ansias de hacerla suya habían sido tan arrolladoras que no había podido pensar en nada más.


–¿Pedro? ¿Estás bien?


–Sí –consiguió decir ante la evidente preocupación de Paula–. Más que bien después de lo que acabo de sentir. Pero también debo reconocer que he sido un inconsciente. Debería haber usado protección, pero estaba tan entusiasmado con lo que estaba ocurriendo, que no me he dado cuenta. No sé qué decirte, Paula, solo que lo siento mucho.


–La culpa también es mía, Pedro. Me he dejado llevar tanto como tú. Puedes estar tranquilo que, si ocurre algo, no te reclamaré ningún dinero ante un juez.


Lo dijo con tal seriedad que Pedro tardó unos segundos en estar seguro de que estaba bromeando. Durante esos segundos, había vuelto a invadirle la sensación de que lo único que le interesaba de él a todo el mundo era su dinero.


–No bromees con eso –gruñó–. En serio, si te quedaras embarazada, quiero que sepas que puedes contar con mi ayuda en todo y no tendrías que llevarme ante un juez… A partir de ahora tendré más cuidado cuando hagamos el amor.


Paula se incorporó para mirarlo y Pedro pudo ver que había dejado atrás las bromas.


–No me estoy tomando a la ligera la posibilidad de que me haya quedado embarazada. Sé que tener un hijo es algo que me cambiaría la vida, además de una enorme responsabilidad. Pero lo hecho, hecho está y lo único que podemos hacer ahora es esperar. ¿Te parece muy egoísta que disfrutemos del momento? Los dos trabajamos mucho y somos dos personas muy responsables, creo que nos merecemos relajarnos un poco y no preocuparnos para nada. Hemos decidido que vamos a pasar las vacaciones juntos y luego seguiremos cada uno con nuestra vida. Por cómo has reaccionado a mi broma, deduzco que te ha engañado más de una mujer, pero conmigo no tienes por qué preocuparte. Te estoy muy agradecida por lo que has hecho por esos niños africanos, pero no quiero absolutamente nada para mí… excepto tu compañía, al menos hasta que acaben las vacaciones. Después volveré a Londres y no volverás a saber nada de mí si no quieres.



****


El miedo le heló la sangre. Le enfurecía la idea de que pudiera volver a su vida de siempre tan fácilmente como si nada hubiera sucedido.


–Pero ¿y si de verdad te has quedado embarazada? –le preguntó, agarrándole la muñeca–. ¿Tampoco sabré nada de ti?


Paula apartó la mano y lo miró con gesto herido durante un momento. Después se tumbó a su lado en la cama y respiró hondo. Pedro se sintió afortunado de estar ante tanta belleza.


–No, Pedro. Si resultara que estoy embarazada, te lo diría. Pero permíteme que te pregunte algo… ¿tú quieres tener hijos?


Era la pregunta más difícil que le habían hecho nunca. La idea de ser padre era algo que le asustaba profundamente, pero que también le hacía albergar muchas esperanzas.


–No tengo ningún modelo que seguir, ni sé bien todo lo que conlleva ser padre –reconoció con voz grave y con repentina tristeza–. ¿Y tú? ¿Albergas el deseo de ser madre?


–Quizá algún día, pero no todavía. Antes quiero dedicar toda mi energía a ayudar a otros niños. Pero… estamos preocupándonos por algo que seguramente no va a ocurrir –dijo entonces, como si se le hubiera ocurrido algo más apremiante–. Sé que creciste en un orfanato, pero ¿alguna vez viste a tu padre?


Pedro se sentó en la cama y rehuyó la mirada de Paula, incluso cuando ella se sentó también.


–No. Mi madre murió al dar a luz y mi padre me dejó en el orfanato porque no se sentía capaz de criarme solo. ¿Estás contenta ya de conocer toda la triste historia?


–No, Pedro.


El tono de compasión que había en su voz le hizo explotar.


–No se te ocurra tenerme lástima porque entonces tendré que pedirte que te vayas y no te volveré a ver más. ¿Entendido?


Ella asintió sin decir nada.


Pedro apenas podía contener la furia que se había apoderado de él. No quería que nadie analizase su pasado, ni sus emociones… especialmente Paula. No quería verse tentado a contarle cosas que solo servirían para hacerle sentir mal, cosas que seguramente le habían hecho ser quien era, pero que se había esforzado mucho en mantener olvidadas para poder seguir adelante.


Cuando pensaba que por fin estaba recuperando el control de sus emociones, Paula volvió al ataque con su empeño por decir siempre lo que pensaba:
–No siento lástima por ti, Pedro. Lo que ocurre es que me da tristeza que pienses que no mereces compasión o comprensión… y esa es la impresión que me da. Eres muy buena persona, Pedro, y me cuesta creer que…


–Te lo he advertido y no has querido escucharme. Quiero que te vayas.


Se pasó la mano por el pelo. Tenía el corazón en la garganta y no podía dejar de preguntarse por qué estaba siendo tan autodestructivo, por qué quería despojarse de lo mejor que le había pasado últimamente. Era lo mismo que había hecho de niño; si alguien intentaba acercarse a él, lo apartaba por miedo a que no fueran sinceros o a no estar a la altura de lo que pudieran esperar de él.


–Muy bien –murmuró Paula mientras lo observaba con sus preciosos ojos azules y, seguramente, extraía más conclusiones de su comportamiento.


Cuando vio que se apartaba la ropa de cama con la que se había tapado y se disponía a levantarse, Pedro recuperó el sentido común y la abrazó por detrás. La apretó contra su pecho al tiempo que le acariciaba los senos y se dio cuenta de que jamás había sentido semejante deseo por ninguna mujer; la necesitaba tanto como el aire que respiraba.


–No quiero que te vayas –le dijo–. No sé por qué he dicho esa estupidez.


Ella le apartó las manos y se volvió a mirarlo con una sonrisa en los labios.


–No me habría ido. Habría ido a la cocina, le habría pedido a Inês que me hiciera un té y luego habría esperado hasta que estuvieras más tranquilo.


–¿Ah, sí? –la miró sin ocultar su asombro y luego la besó con toda la pasión que sentía hacia ella–. No sé si eres muy terca o muy osada –le dijo después, mirándola a los ojos.


–Mi padre siempre dice que soy terca como una mula. Nunca dejo que el miedo se apodere de mí… salvo después de que mi exnovio me agrediera; entonces dejé que el miedo me impidiera acercarme a ningún otro hombre y me arrepiento mucho de ello.


Pedro la miró sin poder creer que estuviera ante una mujer tan valiente y tan admirable.


Un segundo después sus pensamientos se volvieron mucho más primarios.


–¿No te parece que ya hemos hablado suficiente? –le dijo con una sonrisa pícara en los labios–. Podemos seguir charlando más tarde.


–Como quieras –respondió ella con gesto provocador.


Pedro no pudo hacer otra cosa que tumbarla y demostrarle el deseo que sentía de la manera más elocuente… y placentera.



****


Era extraño haber pasado toda la noche con una mujer sin sentir la necesidad de levantarse de madrugada para trabajar o simplemente para alejarse. Pedro se dijo a sí mismo que era porque estaba de vacaciones, pero sabía que era más que eso.


Mientras la veía dormir recordó que cabía la posibilidad de que la hubiera dejado embarazada y tuvo de pronto una sorprendente sensación de esperanza.


No tenía familia y jamás había albergado siquiera la idea de casarse algún día y tener hijos. Quizá porque nunca había estado enamorado de ninguna mujer lo suficiente para contemplar dicha idea.


Al mirar el rostro de Paula se le aceleró el corazón. ¿Y si tuvieran un hijo juntos, a quién se parecería? … Justo en ese momento Paula abrió los ojos.


–¿Qué haces? –le preguntó con voz suave.


–Mirándote y pensando en lo hermosa que eres.


–Con esos cumplidos podrías conseguir cualquier cosa de mí.


–Esa era la idea.


–Pero me temo que me he despertado con ganas de ir a nadar… ¿puedo?


Pedro retiró las sábanas y la miró con la sonrisa más seductora que tenía.


–Después de que hagamos el amor –le dijo.


Paula se sonrojó, pero no intentó volver a taparse.


–Es una suerte que estés en tan buena forma porque eres insaciable –susurró mientras le echaba los brazos alrededor del cuello.




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