jueves, 1 de enero de 2015

CAPITULO 7



Mientras sus manos recorrían el cuerpo de Paula bajo el agua, a Pedro no le preocupaba lo más mínimo haberse dejado llevar por la locura de ese modo tan poco habitual en él. Lo único que sabía era que la idea de estar lejos de aquella mujer le resultaba absolutamente inconcebible.


Besarla era la experiencia más placentera que había tenido en toda su vida. Su boca habría podido hacerle olvidar hasta quién era. Cuando estaba con ella y era testigo de su bondad, Pedro se sentía mejor persona. En lugar de hacerle seguir caminando por aguas turbulentas y llenas de tiburones como llevaba haciendo toda la vida para superar sus humildes orígenes, el destino le había regalado aquella sirena de cabello rubio que le había recordado otras necesidades humanas igualmente importantes. Necesidades como la de estar en compañía de una mujer a la que admiraba de verdad. Pero su bondad y su inteligencia le parecían aún más increíbles desde que había descubierto también lo mucho que la deseaba.


Se apartó de ella solo unos centímetros, lo justo para bajarle los tirantes del bañador y dejar a la vista sus pechos. El río de lava que corría ya por su interior le impidió resistirse a la tentación de llevarse a la boca uno de sus pezones mientras acariciaba el otro con la mano. El corazón le dio un vuelco al oír el gemido que salió de su boca y sentir que sumergía los dedos en su cabello para que no se moviera de donde estaba.


Unos segundos después, cuando creía que estaba a punto de explotar por las ansias de estar dentro de ella, levantó la cabeza y volvió a apoderarse de su boca. Pero de pronto notó que su cuerpo se ponía en tensión y sintió una reticencia que no esperaba. Al mirarla no vio en sus ojos el temor que había aparecido en la fiesta, cuando la había agarrado por la cintura, pero era evidente que tampoco se sentía cómoda.


–¿Qué ocurre? –le levantó la cara para que lo mirara.


–Nada… Pero necesito que vayamos más despacio.


Pedro maldijo para sus adentros. Había sido culpa suya, pero se veía incapaz de controlar el deseo que sentía por ella.


Fue entonces cuando vio que tenía los ojos llenos de lágrimas de miedo y supo que algún hombre la había tratado mal, quizá incluso físicamente. Le secó con el dedo una lágrima que le caía por la mejilla y deseó encontrarse algún día con el sinvergüenza que se había atrevido a hacer daño a un ser tan dulce.


–Tranquila, ángel mío –le susurró–. Jamás se me ocurriría obligarte a hacer nada que no deseases. Te lo prometo. Entiendo que alguien te hizo daño, ¿verdad? ¿Quieres contármelo?


Al mirar a Pedro y ver la compasión que había en sus ojos supo con absoluta certeza que no era el tipo de hombre que abusaría de una mujer… no como había intentado hacer el borracho de su exnovio.


Era justo darle una explicación. No había pretendido que dejara de besarla apasionadamente, puesto que ella estaba tan excitada como él, pero al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, se había agobiado. No tenía miedo de que la maltratara, pero le costaba mucho creer que un hombre pudiera ser tierno con ella, con sus deseos y con su cuerpo.


Tomó aire y volvió a soltarlo lentamente.


–Mi exnovio intentó violarme.


La compasión de Pedro dejó paso a una furia que también se reflejó en sus ojos y en la maldición que salió de sus labios.


–¿Lo denunciaste?


–Estaba borracho, más de lo que yo creía y… no, no lo denuncié.


–¿Cuándo ocurrió?


–Hace casi dos años.


–¿Y no has estado con ningún otro hombre desde entonces?


–No –admitió, ruborizada.


Pedro le acarició la mejilla tiernamente.


–Paula, eres joven y hermosa. No dejes que el comportamiento de un animal insensible te impida mantener una relación plena porque estás en tu derecho de tenerla y poder disfrutar de ella.


Paula asintió, maravillada por su ternura, su comprensión y por el esfuerzo que estaba haciendo por consolarla, en lugar de ofenderse y pensar que lo había provocado, como habrían hecho algunos hombres.


–Estoy intentando olvidar lo que ocurrió, pero no es fácil.
Pedro guardó silencio durante unos segundos.


–Lo entiendo –dijo por fin–. Me cuesta tener paciencia porque me siento muy atraído por ti, pero prometo que aprenderé a tenerla. Sé que merecerá la pena esperar.


Paula sintió que el hechizo en el que parecía haberla envuelto Pedro era cada vez más intenso y profundo, como una tela de araña de la que sería muy difícil deshacerse.


–A lo mejor podríamos… intentarlo más tarde –le sugirió tímidamente, pues su caballerosidad y dulzura no había hecho más que aumentar el deseo que sentía por él.


Pedro asintió suavemente antes de acercarse a ella y sorprenderla con un beso increíblemente erótico.


–Sí que podríamos intentarlo, sí –murmuró al separarse de ella–. Ahora necesito quitarme esta ropa y secarme. Va a venir mi secretaria a traerme el correo y a ponerme al día en un par de asuntos. No creo que tardemos mucho. Mientras, puedes cambiarte en la caseta blanca que hay ahí detrás de esos árboles –le señaló un tejado blanco que se veía entre los pinos–. Allí encontrarás todo lo que necesites,  incluyendo una ducha. Después puedes esperarme en la sala de estar tomando algo. Pase lo que pase, te prometo que esta noche lo pasaremos bien.


Dicho eso, Pedro se salió del agua y, sin mirarla, se desnudó y se secó bien con una toalla que después se puso a la cintura para alejarse de allí rumbo a la casa.


Paula supo que la imagen de su cuerpo desnudo, bronceado y perfecto le quedaría para siempre grabada en la memoria, igual que el recuerdo del placer que le había hecho sentir su boca en el pecho.


Cuando salió de la caseta, de nuevo vestida, peinada y ligeramente maquillada, el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte y tuvo que detenerse a contemplar tan increíble espectáculo de la naturaleza. Habría querido que Pedro estuviese a su lado para disfrutar juntos de tanta belleza y el hecho de que no estuviera le hizo sentir un extraño vacío.


Una vez se hubo ocultado el astro rey y el color naranja de su luz se hubo disipado en el cielo, Paula echó a andar hacia la casa, preguntándose cómo sería la secretaria de Pedro y esperando que no lo entretuviera mucho tiempo.


Se encontraba en el pasillo que conducía a la sala de estar cuando oyó que Inês abría la puerta principal e invitaba a entrar a la secretaria. Le sorprendió oír que tenía acento inglés. La mujer saludó al ama de llaves con cariño. Parecía una persona culta y amable. Paula sintió que se le deshacía el nudo de nerviosismo que se le había formado en la boca del estómago. Después de estar con tantos esnobs en la fiesta de Francesca Bellini, era agradable saber que la secretaria de Pedro no hablaba en ese tono de superioridad tan odioso.


La curiosidad por poner cara a tan bonita voz la llevó a dar marcha atrás por el pasillo y, al asomar la cabeza, vio una atractiva mujer de mediana edad con el pelo castaño y ondulado por encima de los hombros. Vestía un traje gris elegante, pero sencillo.


Seguía hablando y sonriendo a Inês cuando se percató de su presencia. La sorpresa inicial se convirtió de nuevo en sorpresa cuando, rodeando al ama de llaves, se dirigió hacia Paula y le tendió una mano.


–Tú debes de ser Paula. Tenía muchas ganas de conocerte. Soy Marta, la secretaria de Pedro.


Le estrechó la mano con la misma calidez con la que se había presentado.


–Encantada de conocerte, Marta. ¿Has tenido que conducir mucho para venir hasta aquí?


La secretaria se echó a reír.


–¡No! Estoy alojada en uno de los hoteles del jefe, a un par de kilómetros de aquí. Esté donde esté, a Pedro siempre le gusta tenerme cerca. Ese hombre siempre está trabajando, así que yo también. Claro que ahora que me ha dicho que se va a tomar unas pequeñas vacaciones después de la reunión, por fin voy a poder tomarme unos días libres también yo. Voy a ir a Londres, a mi casita, donde apenas paso tiempo. ¡Estoy impaciente!


–Yo también soy de Londres.


–Lo sé. Me lo dijo Pedro. También me ha dicho que has estado varias veces en África, ayudando a niños huérfanos.


–Así es. Trabajo para una organización humanitaria que se dedica a eso.


–Es admirable, Paula. No hay muchas mujeres jóvenes y guapas que elijan un trabajo tan maravilloso, pero tan poco lujoso… lo cual es una lástima, por cierto.


–Para mí fue una elección muy sencilla. El amor de esos niños es incondicional, a pesar de encontrarse en las peores circunstancias del mundo.


–Bueno, ahora que te conozco entiendo que Pedro haya decidido tomarse unas vacaciones. Te estoy muy agradecida. ¿Sabes que no se toma un descanso prácticamente nunca?


Paula seguía sonriendo a Marta cuando se abrieron las puertas dobles del vestíbulo y apareció Pedro, que puso cara de sorpresa y socarronería al ver que estaba charlando con su secretaria.


–Marta. No sabía que habías llegado. ¿Qué tal estás? ¿Te cuidan bien en el hotel?


–Hola, Pedro. Estoy muy bien, gracias. Estaba presentándome a tu encantadora amiga.


Apenas le lanzó una fugaz mirada, pero para Paula fue como si la rozara un cable de alto voltaje.


–Muy bien –respondió antes de abrir un poco más una de las puertas–. ¿Por qué no pasas a mi despacho y te pones cómoda? Inês, ¿podrías traernos café?


–Claro, senhor.


En cuanto el ama de llaves se dio media vuelta para marcharse y Marta se metió en el despacho después de despedirse de ella, Pedro se acercó a Paula. En ese momento Paula pensó que tenía más aspecto de estrella de Hollywood de lo que jamás podría alcanzar Lincoln Roberts; tenía esa elegancia natural y ese atractivo sexual que hacía que le temblaran las piernas solo con tenerlo cerca.


–¿Has encontrado todo lo que necesitabas en la cabaña de la piscina? –le preguntó mientras le levantaba la barbilla para que lo mirara.


–¡Esa caseta está mejor equipada que una suite del Ritz! Claro que yo no sé cómo son las habitaciones del Ritz –se apresuró a añadir.


Pedro se echó a reír.


–Algún día te llevaré, si tú quieres.


–No pretendía sugerir que…


–Lo sé. Pero podríamos imaginarnos yendo juntos, ¿no?


–Prefiero dejar que te reúnas con Marta. Parece encantadora, por cierto.


–Lo es. Y también es muy eficiente. Ya te dije que solo contrato a los mejores –añadió clavando la mirada en los ojos de Paula.


Ella no pudo parpadear siquiera, impaciente por volver a estar a solas con él.


Pedro bajó la voz.


–No te vayas muy lejos. No tardaré.



****



Paula salió directamente a la terraza de la sala y allí rezó para que, efectivamente, Pedro no tardara en reunirse con ella. Estaba más tranquila ahora que conocía a Marta y que la amable secretaria le había dicho que no era habitual que su jefe se tomase vacaciones; lo que daba a entender que esa vez lo estaba haciendo por influencia de Paula.


Respiró hondo y trató de concentrarse en disfrutar de las vistas que ofrecía la terraza. El frescor de la brisa le provocó un escalofrío. No tenía nada con lo que abrigarse, pues, al salir de casa esa mañana, no se le habría ocurrido ni imaginar siquiera que fuera a estar fuera hasta tan tarde.


Miró al interior de la sala y de pronto la asaltó la duda. ¿Qué estaba haciendo? Debería irse a casa. Pedro podía tardar horas en volver de la reunión y quizá después siguiese pensando en el trabajo y ya no le apeteciese pasar la velada con ella.


Entonces recordó la expresión de su rostro cuando le había dicho que no tardaría y pensó que probablemente se estaba preocupando sin motivo. Trató de pensar en otra cosa, pero su mente parecía empeñada en volver una y otra vez a Pedro.


Sabía que el mundo lo veía como una persona privilegiada que no tenía las mismas necesidades que el resto de los mortales, necesidades como descansar del trabajo de vez en cuando o contar con el apoyo de familiares y amigos que lo quisieran. Las pocas veces que había bajado la guardia sin darse cuenta y había hecho algún comentario sobre su infancia, Paula había visto en sus ojos tanto dolor y tanta soledad que se le encogía el estómago.


–Senhorita? –la voz de Inês la sacó de su ensimismamiento–. El senhor Alfonso me ha pedido que le diga que ya no tardará mucho y que les he servido algo de comer en el patio interior. Si quiere, la acompaño para que lo espere allí.


Paula siguió al ama de llaves sin imaginar las delicias que la esperaban en aquel maravilloso patio situado en el centro de la casa. El perímetro del espacioso patio estaba adornado con varios limoneros, en un rincón había una mesa de hierro forjado con la comida que les había preparado Inês, además de una botella de vino y dos copas. 


La iluminación la proporcionaban unos farolillos con velas repartidos por distintos lugares alrededor de la mesa. Allí no había viento y el silencio solo se veía interrumpido por el canto de los grillos.


Paula se volvió a mirar al ama de llaves con una enorme sonrisa.


–Esto es precioso. Obrigado… Gracias, muchas gracias.
La mujer sonrió también.


–Que lo disfrute –dijo antes de marcharse.


Pero no era lo mismo estar allí sola y Paula no tardó en darse cuenta de que no podría disfrutar de todo aquello con la tensión que sentía por el hecho de que Pedro estuviese tardando tanto. Los minutos pasaban y seguía sin aparecer, así que llegó a la conclusión de que debía de haber ocurrido algo.


Quizá Marta le había dado malas noticias.


Acababa de decidir que no podía seguir allí esperando y que iría a buscarlo cuando apareció en la puerta, bajo el arco de buganvilla morada que recorría el marco.


Paula adivinó en su rostro cierto cansancio y tensión y, sin pensarlo un instante, fue hasta él y le agarró la mano. Los ojos se le llenaron de sorpresa y, cuando la sorpresa se convirtió en placer, a ella se le aceleró el pulso, y no precisamente de preocupación.


No le soltó la mano, sino que aprovechó para tirar de ella hacia sí. Paula se vio invadida por la alegría de volver a estar cerca de él, de sumergirse en el aroma de su perfume y de poder disfrutar del roce de su piel, algo que ansiaba más de lo que habría creído posible.


–Estaba preocupada –admitió.


–¿Por mí? –parecía asombrado–. ¿Por qué?


–Por si Marta te había dado malas noticias o… habías tenido que volver al trabajo por algún motivo y al final no podía verte esta noche. Me habría molestado mucho porque es evidente que trabajas demasiado y que necesitas descansar.


Para sorpresa de Paula, Pedro se echó a reír.


–No he recibido malas noticias, ni tengo que volver al trabajo. ¿Es por eso por lo que has aparecido de repente en mi vida,Paula? ¿Para que no trabaje más de la cuenta?


–A veces no debería decir lo que pienso, lo siento.


–No te disculpes jamás por ser sincera. Créeme, es mucho mejor que mentir. Ahora quiero que me digas algo con la misma sinceridad. Dijiste que habías vuelto agotada de África y esta mañana te quedaste dormida. ¿Te encuentras mejor? Si necesitas que te vea un médico, puedo hacer que venga alguien esta misma noche.


–Estoy bien, de verdad. Y no necesito que me vea ningún médico, pero muchas gracias por preguntármelo.


–Bueno, pues si estamos los dos tan bien, ¿qué te parece si nos relajamos y disfrutamos de la noche? –hizo una pausa y enarcó una ceja–. No recuerdo la última vez que alguien se preocupó por mí.


Lo dijo como si no tuviera la menor importancia, pero una vez más lo delataron sus ojos. Fue entonces cuando Paula supo que no podría, ni quería, negarle nada.


–Si es así –comenzó a decir al tiempo que le soltaba la mano para después atreverse a acariciarle lentamente los labios en un movimiento tan atrevido que no era propio de ella–, es que tus amigos no saben lo especial que eres.


–Si sigues diciéndome esas cosas… y tocándome así, no voy a poder cumplir la promesa de tener paciencia –confesó con la voz ronca.


–Entonces no lo hagas –respondió, mirándolo a los ojos fijamente porque no podía ocultar su deseo de entregarse a él y dejar que le hiciera el amor. Era como un río desbordado e imposible de controlar.


–¿Qué?


–No quiero que cumplas la promesa. No quiero que tengas paciencia. ¿Te acuerdas que antes te he dicho que podríamos volver a intentarlo?


De los labios de Pedro salieron unas palabras en portugués que ella no entendió, pero sí entendió el significado del beso que le dio a continuación. Fue un beso apasionado, ardiente y primitivo.


En ese momento no le importó la brusquedad porque nunca había deseado a ningún hombre de aquel modo y era halagador que también él la deseara con tanta pasión. En su cuerpo no había ya ni rastro de temor, ni de culpa, solo gratitud y alegría por poder entregarse libremente al placer.


Lo que sentía por él era tan intenso que sabía que cuando aquella aventura fugaz llegase a su fin, no podría sentirse atraída por ningún otro hombre.


Entonces dejó de besarla y se apartó de su rostro solo unos milímetros, lo justo para mirarla a los ojos.


–¿Me estás diciendo que me dejas que te lleve a la cama?


–¿Ahora? –había en su mirada un fuego por el que Paula ansiaba dejarse consumir.


–Meu Deus! Sí, ahora mismo… antes de que me vuelva completamente loco.


La agarró por la cintura y se la llevó de allí como si, efectivamente, no pudiera esperar más.



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