jueves, 1 de enero de 2015

CAPITULO 11



Pedro no intentó participar en la conversación sin trascendencia alguna que mantenía la gente con la que estaba cenando en el restaurante, ni siquiera conseguía prestar atención a lo que decían. Era como si las voces estuvieran muy lejos y él estuviese aislado en un sueño. Un sueño que, con la ausencia de Paula, cada vez se parecía más a una pesadilla. Llevaban separados solo unas horas, pero le estaban pareciendo una eternidad. Sentía una extraña presión en el pecho y se le había quitado el apetito y las ganas de charlar con sus amigos.


Amigos… La palabra no encajaba en absoluto con los rostros que veía a su alrededor. ¿Por qué todas sus supuestas amistades tenían que tener algo que ver con el trabajo? Había aceptado la invitación de cenar con ellos esa noche solo porque no quería estar a solas con sus pensamientos. No quería estar solo, pero se daba cuenta de que aquellas personas no eran verdaderos amigos.


Era consciente de que su empeño por alcanzar el éxito le había impedido tener relaciones sinceras y cercanas; solo se había relacionado con esa élite social en la que tanto le había costado entrar.


Pero, aparte de trabajar y buscar su propio placer, ¿qué había hecho con su vida? Sí, colaboraba económicamente con varias organizaciones benéficas, pero jamás se había implicado personalmente como lo hacía Paula. ¿De qué tenía tanto miedo?


La respuesta era sencilla. Le aterraba no saber relacionarse de verdad con la gente normal y aún más comprobar que el haberse aislado emocionalmente le había privado de las auténticas alegrías de la vida. Esa alegría que se obtenía cuando se conectaba realmente con alguien y se contribuía a hacer que su vida fuera mejor.


Todo aquello no animó precisamente a Pedro, aunque sabía que eran cosas en las que debía pensar a fondo. Lo único que podría animarlo sería ver a Paula. ¿Por qué había renunciado a ella tan fácilmente aquella noche? Ni siquiera le había dado un beso de despedida.


¿Y si no volvía a verla? ¿Y si al estar a solas se había dado cuenta de que no quería estar con alguien tan cerrado y tan alejado del mundo real?


Estaba tan distraído que, al ir a agarrar su copa, tiró otra y derramó todo el vino sobre el mantel blanco. Las dos mujeres que tenía al lado pegaron un respingo, pero luego se apresuraron a decirle que todo el mundo tenía accidentes.


Pedro se había puesto en pie para intentar paliar los daños, pero una vez levantado supo que tenía que largarse de allí cuanto antes.


Se disculpó con todos sus acompañantes, aceptó el generoso ofrecimiento de uno de ellos de pagar su parte de la cena y se marchó sin mirar atrás.



****


–¿Te tomas una copa conmigo? –le preguntó a Miguel cuando el chófer paró el coche frente a la casa.


El leal conductor aceptó con un movimiento de cabeza. Los dos hombres salieron a una de las múltiples terrazas de la mansión, aunque Pedro pasó antes a buscar una botella de buen vino y dos copas.


–Por la verdad y la belleza –dijo Pedro levantando su copa para brindar.


El chófer acercó su copa y sonrió. Después se sentaron el uno junto al otro en silencio, con el canto de los grillos de fondo. Pedro se sentía tan cómodo que se le pasó por la cabeza que apreciaba mucho la presencia y la compañía de aquel hombre.


–La echa de menos.


–¿Qué?


–A la señorita Chaves… la echa de menos.


Pedro meneó la cabeza, sorprendido por la perspicacia de su empleado.


–Solo llevamos unas horas separados.


–Da igual –Miguel se encogió de hombros–. Cuando uno se separa de la mujer de su vida, aunque sea un momento, siente que no volverá a estar completo hasta que esté de nuevo con ella.


–¿Qué te hace pensar que la señorita Chaves es la mujer de mi vida? No lo es. ¿Cómo podría serlo después de solo unos días?


A pesar de lo rápido que lo había negado, Pedro sintió que se le aceleraba el corazón al pensar lo mucho que deseaba volver a mirar esos ojos azules y volver a abrazar su cuerpo, y saber que todo iba bien simplemente porque ella estaba allí.


–Se puede conocer a la mujer de tu vida y enamorarse de ella en un instante. Da lo mismo que acabe de conocerla –aseguró el chófer con voz y mirada firme.


–¿Es eso lo que te ocurrió a ti?


Pedro notó que estaba pensando en alguien, pero sabía que no tenía pareja y le dio mucha lástima no haber tenido nunca una conversación sincera con él.


–Sí… Pero, por desgracia, yo la perdí por culpa de una enfermedad –le contó después de tomar un sorbo de vino–. Pasamos muy poco tiempo juntos, pero fue increíble, ¿sabe?


Claro que lo sabía.


–Siento mucho que la perdieras –murmuró.


Miguel tragó saliva y respiró hondo antes de volver a sonreír.


–Por eso tiene que aprovechar al máximo el tiempo que tenga con la señorita Chaves. Solo hay que ver el modo en que se miran para saber que están ustedes enamorados.


Fue un verdadero shock para él, pero tuvo que admitir que, al menos por su parte, era cierto. ¿Sería posible que Paula sintiera lo mismo?


–La señorita Chaves… Paula… es una mujer increíblemente buena y valiente. Yo no valgo nada comparado con ella, Miguel –reconoció con humildad.


–No estoy de acuerdo.


–A ella no le impresiona mi éxito, ni mi dinero.


–En ese caso es usted un hombre de suerte, senhor, porque eso quiere decir que lo que le interesa es usted como persona.



****


Dos de las personas que trabajaban en el orfanato de África habían caído enfermos con unas fiebres parecidas a la que había sufrido Azizi y estaban ingresados en el hospital. 


Paula se había enterado gracias a una llamada de su padre, a quien había llamado uno de los directivos de la organización con la esperanza de localizarla a ella.


Paula había notado el esfuerzo que había supuesto para su padre darle la noticia, pues la conocía bien y sabía que no dudaría en ofrecerse para suplir a los compañeros que habían caído enfermos.


Aun después de comprometerse a viajar a África tan pronto como le fuera posible, no pudo dejar de pensar en Pedro y en el error que había cometido separándose de él la noche anterior. Estaba completamente enamorada de él y no sabía cómo iba a poder decirle adiós y volver a su vida de siempre.


El timbre de la puerta la sacó de golpe de sus pensamientos, dejó el desayuno a medias y fue a abrir, no sin antes mirar de reojo la maleta que había preparado para llevar a casa de Pedro y que finalmente iba a seguir un rumbo muy distinto.


Al otro lado de la puerta no encontró al fiel chófer, sino al mismísimo Pedro, vestido con camisa negra y vaqueros. Sus ojos oscuros la recorrieron de arriba abajo con una intensidad que la hizo estremecer. Parecía un ángel oscuro enviado allí para tentarla con placeres a los que Paula no querría renunciar.


Fue él el primero que habló:
–Deus! Paula, hoy estás especialmente elegante y sexy. Me alegro de haber venido personalmente a buscarte.


–Gracias –lo cierto era que se había arreglado con esmero con la esperanza de que eso la ayudara a sentirse más segura al darle la noticia y ahora se debatía entre lanzarse a sus brazos o alejarse de él para que le fuera más fácil resistir la tentación–. Me alegro de verte… me alegro mucho. ¿Quieres tomarte un café conmigo?


–Claro.


Pedro entró en la casa sonriendo porque se había dado cuenta de que estaba ansiosa por tocarlo. Se entretuvo mirando las fotos que llenaban las paredes del recibidor, fotos de la infancia y la juventud de Paula. Parecía fascinado. Seguramente nadie se había molestado en documentar la infancia y la juventud de un niño huérfano. 


La idea le dio ganas de llorar.


–Tus padres tienen cara de buena gente –comentó.


–Lo son. ¿Salimos al patio?


Hacía un día especialmente hermoso, con el cielo completamente azul y una ligera brisa que refrescaba el ambiente. Paula le sirvió un café solo y sin azúcar y luego se sentó frente a él.


–Anoche te eché de menos –confesó sin apartar la mirada de sus ojos.


–Yo a ti también.


–¿Al final saliste con tus amigos?


–Sí, pero… la verdad es que no son mis amigos. Solo es gente con la que he trabajado o trabajo todavía.


–Ah.


–En otro tiempo los habría considerado amigos.


–¿Y qué ha cambiado?


–Yo he cambiado. Tú me has hecho darme cuenta de quiénes son mis verdaderos amigos y quiénes no –le explicó con una sonrisa capaz de derretir los polos–. También me he dado cuenta de que llevo toda la vida huyendo del pasado en lugar de enfrentarme a él y superarlo. El modo en que tú hablas de tus miedos y luchas por superarlos me ha impulsado a tratar de hacer lo mismo. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Me has transformado.


–Yo no he hecho nada. Si te has dado cuenta de todo eso, es porque querías ver por fin la realidad –Paula clavó la mirada en su café porque le resultaba difícil mirarlo a los ojos y seguir hablando… o siquiera respirando. Aunque lo que acababa de decirle era maravilloso.


–Nunca había conocido a una mujer tan generosa como tú, Paula. Y eso me hace pensar que debería aferrarme a ti y no dejarte escapar.


Entonces sí lo miró y deseó confesarle lo mucho que lo amaba, pero antes debía informarle del cambio de planes.


–¿Pedro?


–¿Sí?


–No sé cómo decirte esto, pero me temo que tengo que volver a África… al orfanato.


–¿Cuándo? ¿No me estarás diciendo que piensas irte antes de que acaben las vacaciones?


–Me temo que sí. Tengo que irme hoy mismo. Dos de los trabajadores del orfanato están en el hospital con fiebre, lo que quiere decir que solo quedan otras dos personas para hacerse cargo de los niños y no hay nadie más que pueda ir… Todo el mundo está trabajando en otros proyectos. 
Además, yo conozco a los niños, así que mi presencia los tranquilizará.


El rostro de Pedro se oscureció bruscamente y de pronto tampoco el cielo parecía tan azul.


–No es que no quiera quedarme contigo, Pedro… Esto es una emergencia. No tengo otra opción.


Pedro se puso en pie y miró a lo lejos. Paula fue hasta él, pero no se atrevió a tocarlo.


–¿Qué quieres que haga, Paula? –la miró de un modo que le encogió el corazón–. Sé lo mucho que te preocupan esos niños, pero ¿qué hay de ti? Viniste aquí a descansar y a recuperarte del agotamiento que te provocó tu anterior visita a África y sin embargo estás pensando en volver allí y poner en peligro tu salud. La fiebre mató a Azizi y ahora hay otras dos personas enfermas… No puedo alegrarme de que te vayas.


–No es seguro que se trate de las mismas fiebres… Están haciéndoles pruebas. En cualquier caso, lo importante es que esos niños indefensos necesitan gente que los cuide y yo ahora estoy perfectamente; fuerte y recuperada del cansancio. No me va a pasar nada –añadió con lágrimas en los ojos.


–No quiero que vayas –Pedro se pasó la mano por el pelo y meneó la cabeza–. Sé que vas a ir de todas maneras. Pero una cosa es ayudar a los demás y otra muy distinta es poner en peligro tu vida.


–Lo siento, Pedro… pero tienes razón. Voy a ir. No me lo tomes a mal.


–No me lo tomo a mal… no podría. Pero me gustaría que te lo pensaras de nuevo.


Aunque no podía garantizar que no le fuera a pasar nada, Paula sabía que debía ir. No podía no ayudar a esos niños; tenía que saber que había hecho todo lo humanamente posible por ellos.


Pedro se dio media vuelta como si se hubiese rendido y fue hacia las puertas que comunicaban el patio con el salón. Al darse cuenta de que se iba, Paula derramó una lágrima.


–No te vayas así, Pedro, por favor. Te prometo que estaré bien. ¿Puedes esperar un minuto? –agarró la libreta en la que había estado anotando cosas mientras desayunaba y apuntó su dirección, su número de teléfono y el de sus padres–. Por si quieres o necesitas ponerte en contacto conmigo –dijo, dándole el papel.


Pedro asintió.


–¿Ya tienes el billete?


–Sí. La organización se ha encargado de todo.


–¿Necesitas dinero?


–No… gracias.


–Entonces supongo que no hay más que decir. Cuídate y no corras ningún peligro innecesario.


La tensión de su voz le encogió el alma a Paula. Entonces se acercó a ella, le tomó el rostro entre las manos y la besó con fuerza. Después se marchó de allí sin darle tiempo a reaccionar y sin siquiera mirar atrás.




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