jueves, 1 de enero de 2015

CAPITULO 4




Quedaba alrededor de una hora para que se ocultara el sol, que se colaba todavía con tal fuerza por el ventanal del despacho que Paula achinó los ojos al entrar.Pedro se dio cuenta y se apresuró a apretar un interruptor de la pared para bajar unos elegantes estores de color miel. Después le hizo un gesto para que se sentara en la silla situada frente al enorme escritorio de madera maciza.


–Tengo la sensación de que fueras a hacerme una entrevista de trabajo –dijo ella, sonriendo y sin poder creer aún que Pedro fuera a sufragar la construcción del orfanato–. ¿Crees que conseguiría el puesto?


–Yo solo contrato a los mejores. Si eres capaz de hacer frente al desafío y hacer un buen trabajo, entonces tendrías bastantes posibilidades de trabajar en mi empresa.


En sus labios había una ligera sonrisa, pero Paula no pudo evitar ponerse a la defensiva ante la idea de que estuviera cuestionando su capacidad. ¿Acaso pretendía recordarle sutilmente ante quién estaba y que tendría que estarle agradecida porque hubiese accedido siquiera a hablar con ella? Aquel pensamiento la hizo reaccionar de inmediato para decirse a sí misma que Pedro Alfonso era una persona exactamente igual que ella, que no era mejor por el mero hecho de ser rico, y si ella estaba allí era porque le había demostrado que el proyecto merecía la pena y era absolutamente fiable. Tenía que liberarse de una vez de aquel complejo de inferioridad.


Le vio sacar la chequera del cajón y se le aceleró el corazón, pero se le aceleró aún más al ver la cantidad que escribió en él.


–¿Tanto? –preguntó, asombrada–. Es más del triple de lo que necesitamos. ¿Por qué has decidido darnos tanto?


Pedro por fin bajó la guardia y sonrió abiertamente. Se fijó por vez primera en las arrugas que tenía alrededor de sus profundos ojos castaños, arrugas de sonreír, y volvió a acelerársele el corazón, pero por un motivo completamente distinto.


–Lo que sobre de la construcción del orfanato es para que la organización haga lo que crea más conveniente para ayudar a los niños. Paula, la pasión y dedicación que demuestras ha hecho que me dé cuenta de que había descuidado precisamente a los niños con los que más me identifico.


Cruzó los brazos sobre un pecho fuerte y musculado y apartó la mirada un instante, como si estuviera luchando contra unos recuerdos que parecían seguir atormentándolo. 


Paula estaba profundamente conmovida.


–Ese cheque ya es tuyo –anunció él después de unos segundos–. Pero me gustaría añadir algo antes de dar por acabada la transacción.


Paula se quedó paralizada cuando iba a agarrar el cheque.


–¿De qué se trata? ¿Quieres ir a África a ver el orfanato para evaluar personalmente la situación? Seguro que en la organización estarían encantados…


–No, no quiero ir a ver el orfanato –corrigió, aparentemente molesto–. Lo que quiero es llegar a un acuerdo contigo, Paula.


–¿Qué clase de acuerdo?


–Antes has dicho que todavía vas a estar por aquí una semana y media más.


–Sí…


–Hacía mucho tiempo que no tenía ganas de tomarme algún tiempo libre y lo cierto es que me gustaría disfrutar de la compañía de una persona atractiva y agradable. Si accedes a pasar conmigo el resto de tus vacaciones, podría llevarte a los mejores restaurantes de la zona y practicar cualquier actividad de ocio que se te antoje. Por las noches podríamos ir a conciertos; a mí lo que más me gusta es la música clásica, pero estoy abierto a sugerencias –hizo una pausa durante la que clavó aún más la mirada en ella mientras tamborileaba con los dedos en la mesa–. Como es lógico, todos los gastos correrían de mi cuenta. Por las mañanas te enviaría un coche que te traería aquí para que decidiéramos qué hacer. Ah, una cosa más…


Si la sorpresa no la hubiese dejado completamente inmovilizada, se habría pellizcado para comprobar que realmente estaba allí y que no estaba ni alucinando, ni soñando.


–¿Qué?


–He olvidado decir que también podríamos ir de compras. No conozco a ninguna mujer a la que no le vuelva loca ir de tiendas.


–Pues ya la conoces –replicó, ofendida–. No solo no me vuelve loca ir de compras, ni siquiera me gusta demasiado.


Pedro la observó con curiosidad.


–¿De verdad esperas que crea que no te gusta la ropa bonita, ni las joyas?


–¿Por qué iba a querer engañarte?


–Quizá crees que es mejor disimular dicho interés, pero no es necesario. Soy rico y estoy acostumbrado a que las mujeres que me acompañan tengan ciertas expectativas. Lo menos que esperan es que les compre ropa y joyas.


–Qué horror.


–¿Por qué? –la expresión de su rostro se había oscurecido.


–Me parece horrible que esas mujeres esperen algo a cambio de estar contigo y no lo hagan simplemente porque les gustas.


–Por suerte a mí no me molesta. Soy muy realista y lo cierto es que yo también espero recibir algo a cambio de dichos regalos.



****


Lo que estaba dando a entender incomodaba a Paula, pero aun así seguía dándole lástima que Pedro tuviese esa clase de relación con las mujeres. El hecho de que sintiese que tenía que pagar por estar con ellas hacía pensar que seguía llevando dentro a ese niño huérfano que necesitaba que lo valorasen, aunque fuese a cambio de algo. Le dieron ganas de demostrarle que no tenía por qué ser así, que merecía algo mejor.


–Sigo pensando que te estás perdiendo algo importante; el que una mujer quiera estar contigo simplemente porque le importas.


–Eres una romántica, Paula –le dijo él a modo de regañina–. Una romántica muy poco realista.


–Si ser realista quiere decir tener que dar algo a cambio de que alguien quiera estar conmigo, prefiero seguir siendo una romántica. No te ofendas por lo que te he dicho… –lo último que deseaba era hacerle daño con su exceso de sinceridad. 


Ella no conocía el mundo en el que se movía Pedro, ni sabía la clase de sacrificios que había tenido que hacer para llegar hasta donde estaba–. Lo que ocurre es que yo con lo que más disfruto es con cosas sencillas como una puesta de sol, una playa desierta, una pradera cubierta de flores o el olor a rosas de un jardín… o la alegría de un niño cuando un adulto le presta atención de verdad.


Pedro se incorporó ligeramente en la butaca y la miró con interés.


–Si lo que dices es cierto, eres un espécimen único en este mundo tan consumista.


–No estoy de acuerdo. Que tú no hayas conocido a nadie más como yo no quiere decir que no exista; lo que ocurre es que tú te mueves en un mundo muy elitista en el que puede que la gente sea más materialista. Yo no soy única en absoluto. El placer que dan las joyas o la ropa es algo efímero que acaba por hacer que uno se sienta permanentemente insatisfecho porque siempre se quiere más.


Pedro se inclinó hacia ella, acercándose hasta que la fragancia de su colonia llegó a Paula.


–¿Y si comprarte cosas me da placer a mí? –le preguntó en voz baja y seductora.


Paula frunció el ceño.


Pedro… has dicho que querías compañía para pasar tus vacaciones…


–Sí, una compañía agradable y, en tu caso, enormemente bella.


Cualquier otra mujer se habría sentido halagada por semejante cumplido, especialmente viniendo de alguien tan atractivo como Pedro… pero Paula no. Desde lo ocurrido con Christian, se había guardado muy mucho de despertar cualquier interés en los hombres porque no quería que ninguno asumiera que iba a recibir algo a cambio por su parte. Y desde luego no era tan ingenua como para pensar que alguien tan poderoso y admirado como él iba a querer la compañía de una mujer sin esperar recibir algo a cambio, tal y como él mismo había dicho que hacía con otras mujeres.


La idea le provocó una oleada de calor que la invadió por dentro e hizo que se le endurecieran los pezones bajo la blusa. Cruzó los brazos de inmediato para que Pedro no se diera cuenta.


–¿Y solo querrías mi compañía? –le preguntó, sonrojada e impaciente por escuchar su respuesta.



****


¿Y si le decía que no era solo eso lo que esperaba? ¿Podría pasar las vacaciones con él si implicara además algo más íntimo?


Pedro apoyó los codos sobre la mesa sin apartar la mirada de ella. No podía ocultar lo mucho que la deseaba; quizá más desde que le había confesado que lo que más le gustaba eran las cosas más sencillas de la vida, especialmente la sonrisa de un niño al que prestaban atención. Sus palabras le habían causado una profunda alegría, una especie de alivio al dolor que había sentido de niño.


–Voy a ser tan sincero como lo estás siendo tú. Sí, quiero algo más que tu compañía. Eres muy distinta a las mujeres que conozco y eso me resulta increíblemente atrayente. Si mientras estamos juntos, tú también te sintieras atraída por mí, sí… me encantaría acostarme contigo.


Se encogió de hombros como si fuera algo perfectamente sencillo. El modo en que se sonrojó Paula al oírlo hizo que se le acelerara el pulso solo con imaginar poder abrazar su cuerpo de delicadas curvas y quizá poder hacerle el amor. Pero de pronto la vio ponerse en pie, empujando la silla hacia atrás.


–¿Y este cheque depende de si acepto tus condiciones?


Pedro meneó la cabeza. Aunque fuera la única manera de acostarse con ella, jamás lo haría. Quizá fuera despiadado en los negocios, pero no podría seguir viviendo consigo mismo si intentara coaccionar o chantajear a una mujer como Paula. No quería ser él el que acabara con su hermoso, aunque ingenuo, romanticismo.


–No. El cheque es tuyo pase lo que pase. Te doy mi palabra.


La vio suspirar, aliviada.


–Gracias. Ya que estamos siendo tan sinceros el uno con el otro, debo decirte algo. Verás… para mí el sexo no es algo sencillo… Creo que debes saberlo. Una cosa es ser tu amiga y pasar contigo las vacaciones y otra muy distinta es tener algo más… íntimo.


Pedro observó sin decir nada el torbellino de emociones que reflejaba su rostro.


–¿Puedo responderte mañana? –le pidió–. Necesito un poco de tiempo para pensarlo. Además, a pesar de la siesta, sigo estando muy cansada y creo que debería irme a casa ya. Espero que la cocinera no se haya tomado demasiadas molestias con la cena.


Pedro se puso en pie y meneó la cabeza. Al menos no había recibido con una negativa inmediata la confesión de que quería acostarse con ella. No le había sorprendido lo que le había dicho sobre el sexo; ya había intuido que era una mujer a la que habría que seducir de un modo sutil y delicado si no quería que desapareciera para siempre.


–No te preocupes por Inês. Lo importante es que tengo tu promesa de volver mañana.


–La tienes y soy una mujer de palabra. Volveré mañana y te daré una respuesta.


–Le pediré a Miguel que te lleve a casa y que vaya a buscarte mañana por la mañana.


–Gracias. Y gracias también por la invitación a comer. Me ha gustado mucho la comida y la compañía –añadió con una tímida sonrisa.


Pedro le dio el cheque, que seguía aún en la mesa. Ella lo agarró con otra sonrisa de esas a las que ya era adicto.


–Es cierto que pareces cansada –admitió, haciéndole un gesto para que saliera primero del despacho–. Cuanto antes te vayas a descansar, mejor.



****


Unos golpes sacaron a Paula de su profundo sueño. Abrió los ojos y miró el reloj que tenía en la mesilla. ¡Dios! Eran más de las diez de la mañana y alguien parecía empeñado en tirar la puerta abajo.


Fue entonces cuando recordó que Pedro le había prometido que su chófer pasaría a buscarla por la mañana para llevarla de nuevo a la mansión. Y al recordar el motivo por el que iba a volver allí, el corazón le dio un vuelco. ¿Cómo podía haberlo olvidado, por muy cansada que estuviese?


Se puso la bata de algodón que tenía a los pies de la cama y acudió a abrir.


–Olà, senhorita Chaves.


–Hola, Miguel –lo saludó, tratando de estirar un poco la cortísima bata para que le tapara las piernas–. Lo siento mucho, pero me he quedado dormida. Quizá sería mejor que vinieras a recogerme más tarde, después de comer.


–Me temo que al senhor Alfonso no le gustaría que volviera sin usted.


Paula no lo dudaba. Seguramente Pedro solo tenía que chasquear los dedos para que se cumplieran sus deseos, así que, efectivamente, no le gustaría que ella tuviera el atrevimiento de llegar tarde, especialmente después de haber sido tan generoso con su donativo.


–En ese caso, tendrás que pasar y esperar mientras me arreglo –le abrió la puerta, pero el chófer se quedó donde estaba.


–Lo siento, senhorita, pero eso no estaría bien. La esperaré en el coche y llamaré al senhor Alfonso para explicarle el motivo del retraso.


Paula lo vio alejarse hacia el Mercedes negro que había aparcado frente a la casa y después se metió corriendo al baño para ducharse lo más rápido que pudiera. Mientras el agua le caía encima, no dejaba de pensar en la respuesta que iba a darle a Pedro y no tardó en darse cuenta de que no sería fácil rechazar su invitación a compartir las vacaciones con él. El día anterior, cuando había notado que Pedro aún no había superado las privaciones emocionales de su niñez, había sentido ganas de conocer mejor a aquel hombre tan enigmático. Y cuando pensaba en el modo en que reaccionaba su cuerpo cuando estaba con él… Quizá, si llegaba a algo más íntimo con él, podría superar el trauma que le había dejado el intento de violación que había sufrido. Quizá les hiciera bien a los dos para dejar atrás definitivamente sus respectivos pasados.


Ya en la majestuosa mansión, Inês le pidió que esperara al señor Alfonso en el jardín mientras atendía una llamada importante. Envuelta en el olor a flores y césped recién cortado, Paula se aseguró a sí misma que era normal estar nerviosa ante la idea de volver a ver a Pedro después del día tan increíble que había pasado con él y, sobre todo, ante la perspectiva de hablar con él de las vacaciones.


Mientras daba un sorbo a la limonada que le había servido la amable ama de llaves, se miró el maxivestido rojo y blanco sin mangas que había elegido. No era en absoluto el tipo de ropa que solía llevar, pues estaba más acostumbrada a los vaqueros y las camisetas, y quizá por eso hacía que se sintiera tan femenina.


Cerró los ojos para intentar relajarse y disfrutar de la fragancia del macizo de gardenias blancas que tenía al lado, pero de pronto recordó los olores de los suburbios africanos; las calles de tierra, las montañas de basura y el calor asfixiante que intensificaba todos los olores…


El recuerdo le encogió el estómago y le llenó los ojos de lágrimas por la frustración que le provocaba el que la mayoría de la gente no hiciera nada por mejorar la situación en aquellos lugares.


–Siento mucho haberte hecho esperar, Paula. Veo que Inês te ha traído algo de beber, me alegro porque parece que hoy va a hacer aún más calor que ayer.


No había oído sus pasos, por eso cuando abrió los ojos y lo vio, ataviado con una camisa blanca con las mangas enrolladas casi hasta los codos y unos chinos de color beis, se le subió el corazón a la garganta y se le quedó la boca seca.


Antes de que pudiera reaccionar y esbozar una sola palabra para saludarlo, él se acercó y le plantó un beso en la comisura de los labios.


–Ah… no me importa esperar –respondió por fin, asombrada por el recibimiento–. Aquí se está de maravilla. Además, he sido yo la que ha llegado tarde.


–Sí, ya me ha explicado Miguel –se sentó frente a ella y se puso las gafas de sol que llevaba en la cabeza.


Ahora no podría adivinar lo que estaba pensando.


Aquel beso había desatado una multitud de reacciones en su cuerpo y había borrado de golpe cualquier duda que tuviese sobre si aceptar su propuesta.


Intentó secarse discretamente las lágrimas que le habían inundado los ojos al pensar en África, pero su anfitrión la miró y frunció el ceño.


–¿Estás bien? Pareces disgustada.


–No, estoy bien.


–No te creo, pero espero que puedas olvidarte de lo que te preocupa para que hoy disfrutes al máximo. Hace un día demasiado bonito para estar triste, ¿no crees?



****


Pedro se preguntó qué la habría puesto triste y esperó que no fuera alguna mala noticia que la obligara a poner fin a sus vacaciones. Al verla allí sentada, con aquel delicioso vestido y el pelo cayéndole sobre los ojos, se le había disparado la excitación con la que se había despertado ya esa mañana ante la perspectiva de volver a verla.


Y el beso que le había dado le había descubierto algo maravilloso. Su piel era aún más suave de lo que había imaginado y también olía increíblemente. Había reconocido la fragancia francesa y pensó que sería buena idea mandarle un frasco de regalo a su casa.


Pero ya no podía esperar un segundo más para hacerle la pregunta que lo había mantenido en vela prácticamente toda la noche.


–Bueno, Paula… confío en que te haya dado tiempo a pensar en mi propuesta. Dime, cuál es tu respuesta.



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